domingo, 24 de diciembre de 2017

Recuerdos de Diciembre



Por Carlos Camarena Medina
Periodista

Con la llegada del mes de diciembre, súbitamente, el viento cambia de dirección y algunos árboles pierden todas sus hojas, señal de que ha entrado la época navideña y se asoma el verano en Panamá. 

Quizá es la temporada más hermosa del año, porque invita a meditar, a soñar, pero, sobre todo, a recordar algunos pasajes de la infancia, de aquella inocencia que, si bien puede parecer perdida, aún conservamos en lo más recóndito de nuestro ser.

Diciembre era época de dejar los libros y dedicarnos al "ocio", y a explorar las manchas de bosques que aún existían en Pueblo Nuevo y que se extendían desde la Calle Primera, pasando por Hato Pintado hasta llegar a la parte trasera de la Clínica San Fernando, donde había un palo de aguacate que, en más de una ocasión, le cosechamos sus frutos, a pesar de la prohibición de sus supuestos dueños. 

Hasta nos ufanábamos de tomar agua de una quebrada que no estaba contaminada y que no sé en qué vericuetos fue sumergida al construirse las barriadas que hoy reemplazan a los árboles.

O fabricar nuestras primeras cometas, de palitos de pencas al principio, y con el tiempo otras más sofisticadas hechas con virulí y forradas con papel de envolver o con otros multicolores. Los panderos, las estrellas, los hexágonos o los cajones empezaban a surcar los aires del barrio desde que entraba diciembre, y era un orgullo hacer la mejor cometa y lograr que volara lo más alto posible.

También, era temporada de buscar en lo alto de los árboles de espavé alguna que otra iguana, a la cual perseguíamos de forma implacable hasta cazarla, para luego preparar un suculento plato de comida silvestre. 

En diciembre, las iguanas empiezan a procrearse y con regularidad las que cazábamos tenían huevos. En los espavés siempre había iguanas, pero gracias al progreso ya no están los árboles, mucho menos las iguanas.

Por supuesto, el fútbol jugó un papel importante en aquella época infantil, influenciada por el mundial celebrado en Alemania ("mi primer mundial"), seducido aún por la precisión y la magia de la Holanda de Cruiff, Neskeen y compañía, y que marcaría el amor por este hermoso deporte, con los Maradona, Zico, Platiní y otros.

Sí, porque recuerdo que fue ese mismo año cuando la maestra nos invitó a dar un aporte semanal de 25 centavos para celebrar la fiesta de Navidad en la escuelita. Aquél fue un buen año, pues por única vez ocupé cuadro de honor, ya que siempre fui un alumno de 4.1 ("Para qué matarse tanto, si no me costaba mucho obtener este promedio", me decía.).

Pues resulta que el día de la bendita fiesta, a pesar que vivía a sólo unos cincuenta metros de la escuelita y que escuchaba todo el bullicio infantil y la música- no me acordé de tan importante evento, pues estaba en lo mejor de un partido de fútbol con una bola de tenis y con uniforme completo: pantaloneta, sin camiseta y descalzo.

De repente un compañero me gritó que me buscaban y cuando volteé a mirar, me percaté que era mi maestra, quien llevaba algo en la mano: era lo que  me tocaba de la fiesta de Navidad, que ella en forma gentil me fue a entregar personalmente y que luego me di cuenta que más que eso era un reconocimiento, una muestra de aprecio y cariño hacia mí, por lo que había hecho ese año en la escuela. 

Y lo digo, porque luego de hacerme la entrega, la maestra me dijo que quería hablar con mi madre y la llevé con ella. Aunque de forma borrosa, aún recuerdo las palabras de felicitaciones y lo bien que de mí habló la maestra ante mi madre. A pesar de todas las peripecias y dificultades, me había hecho con un puesto de honor en el salón. Siempre me he preguntado ¿qué habrá sido de la maestra Margarita?.

De diciembre también recuerdo otro "partido" de fútbol, en víspera de Navidad y en penumbra, cuando unos "pelaos" del barrio osaron ir a retarnos a nuestro territorio y nos ganaron por un gol y, para dejarnos "picados", no nos dieron la revancha ese mismo día.

La revancha fue pactada para el 31 de diciembre en la noche, debajo del mismo faro de mercurio y durante toda la semana siguiente nos pasamos recordando la celebración del "partido". Hasta la fecha tal revancha no se ha dado.

Diciembre también me recuerda las roscas de huevos que se hacían en la panadería de al lado y que siempre goloseábamos; o los lechones que asaban en el horno que calentaban con leña extraída de mangle; o de las fiestas de Navidad que en varias ocasiones nos hicieron en el taller de electrónica el señor Pablo.

Las estrellitas, las bombitas, las peras, las manzanas, las uvas, las nueces, el arroz con pollo, los juguetes, los tamales, los juegos de vaquero, la ropa nueva, el bullicio en el barrio, la música a todo volumen, los abrazos, los besos y las felicitaciones...la noche estrellada con Júpiter en lo alto del cielo, los disco del Gran Combo, Ismael Rivera, Héctor Lavoe, Willie Colón, Cheo Feliciano y los villancicos....todo eso era diciembre.

Pero sin duda, de todos estos recuerdos, siempre me he aferrado al de aquella tarde soleada de diciembre, cuando en medio de un partido de fútbol se apareció la maestra Margarita a llevarme "mi parte" de la fiesta de Navidad. Todo un reconocimiento y un gran regalo que a pesar de los años que han pasado, aún me llena de emoción. 


Nota: este artículo fue publicado por primera vez en diciembre de 2001 en  el diario Panamá América y en diciembre de 2004 en la Revista Ellas del diario La Prensa.

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