Un día como hoy, recuerdo que en mis andanzas de mozuelo, pasábamos por un restaurante que está por el Centro Comercial de Vista Hermosa (Se llamaba Restaurante Encanto). Un señor muy amable se nos acercó y nos preguntó si habíamos desayunado y como todo mozuelo le dijimos entre no y sí, y el señor muy diligentemente nos dijo: "hoy por celebrarse el día Don Bosco, les invito a comer", y nos compró un caldo gallego.
Son hechos cargados de sencillez y espontaneidad que te marcan y que a pesar de los años uno se da cuenta, que nunca hay que perder la fe en la gente. Pensar bien como primera premisa es bueno. La vida siempre nos guarda cosas buenas al final.
Para entonces, los veranos en la ciudad de Panamá, en el pequeño mundo donde uno se movía, significaban recorrer el barrio y las áreas aledañas, ya sea jugando algún deporte: fútbol, béisbol o ir a la piscina. O simplemente explorar las áreas boscosas que aún había en la capital, como la franja boscosa ubicada en Pueblo Nuevo y que se extendía a Hato Pintado, llegando hasta donde está la Sociedad Española de Beneficencia, o la que llegaba hasta la parte trasera de la Clínica San Fernando, donde había un árbol de aguacate que a pesar de la prohibición de quienes se creían sus dueños, todos los años llegábamos a cosechar.
O la señora que vivía en lo alto de una colina donde había una gran torre de transmisión, rodeada de árboles de mango, y que a cambio de cosechar la cantidad que queríamos, nos pedía que le buscáramos agua en el pozo. En plena ciudad de Panamá, un pozo artesanal, donde tirábamos un cubo amarrado en una soga y luego lo subíamos repleto de agua.
Por esos mismos lares, cosechábamos maíz nuevo lo pelábamos y no lo comíamos, o cuando encontrábamos algún huevo puesto en el matorral no los llevábamos.
O las cometas que fabricábamos y en la tarde salíamos a volarla. En verano engalanábamos el cielo con cometa, Era normal ver en derredor, en los puntos altos, a la gente volando su cometa, la gran mayoría fabricada manualmente. Nada que ver con las cometas que escasamente se ven hoy y que son hechas en fábricas.
Con el tiempo, el fútbol se convirtió en la actividad central, mañana y tarde no pasábamos jugando en la polvorienta cancha que aún existe detrás del diario La Prensa, cerca de una residencia de monjas (Le decíamos Las Monjas), a donde íbamos a cosechar mango antes o después de jugar fútbol.
Esta mañana cuando me levanté y escuché en un noticiero que era 31 de enero, rememoré aquel día de verano en que un señor al que no conocíamos y no hemos vuelto a ver más, nos invitó a tomar un caldo gallego, con motivo de ser el Día de Don Bosco. Sí, a Carlos, Roger y Joselito.
Quizás desde entonces he tenido la percepción de que uno debe partir de la premisa de pensar que todo mundo es bueno, aunque como digan algunos, uno peque de buena gente. No soy muy religioso, no soy de creer en santos ni mucho menos, pero desde aquel viernes 31 de enero, siempre recuerdo a Don Bosco por el gesto de aquel desconocido.
Genial!
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